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Francesc Ruiz Abad, ganador del premio Artes Visuales Arranz-Bravo 2015, es uno de los mejores exponentes de la pintura catalana emergente. En efecto, la pintura está volviendo a recuperar centralidad dentro de la exigente –y tan a menudo iconoclasta– escena artística contemporánea; y en gran parte esta realidad ha sido posible gracias a la renovación al mismo tiempo fresca, contundente y propositiva, con la que encaran este género una nueva generación de pintores, nacidos durante la década de los años noventa, los cuales, como Francesc Ruiz, apuestan por una pintura sin complejos ni prejuicios, abierta a la acción, a la transversalidad, al viaje, a la empatía social, vital y comunitaria, y al optimismo propositivo.
Los referentes de Francesc Ruiz son comunes a la nueva generación de pintores: Peter Doig, Alex Katz, David Hockney o la pintura alemana, principalmente de la escuela de Leipzig, ciudad en la que Francesc Ruiz residió. Neo Rauch, Jonathan Meese y otros reniegan de los referentes pictóricos de la generación anterior, muy arraigados en el existencialismo introspectivo y neoexpresionista de Kieffer, Baselitz, Barceló o Plensa, y prefieren reflejarse en la obra más irónica, psicodélica y vital de pintores resistentes de nuestro propio contexto, como Pere Llobera o Rasmus Nilausen.
La pintura alemana e inglesa de los noventa sobrevivió a la intensa ola neoconceptualista europea a través de una pintura que sabe conciliar conceptos antiéticos combatidos por la posmodernidad: ironía y sinceridad, relativismo y verdad, optimismo y duda, ingenuidad y rigor pictórico. Es el espíritu propio de lo que los teóricos Vermeulen y Van der Akker llaman la metamodernidad: un ánimo común a muchos movimientos culturales que en esta segunda década de siglo están surgiendo en todo el mundo proponiendo un nuevo estado de espíritu que supere el relativismo y escepticismo vaporoso propio de la posmodernidad, y que propició la casi invisibilidad de la pintura.
Francesc Ruiz no tiene prejuicios a la hora de encarar la pintura y su tradición, como tampoco los tiene para ligarla a estrategias propias de los movimientos conceptuales vigentes desde los años setenta: el viaje, el arte procesual, la documentación, el espíritu transitivo de colaboración... Su obra sabe encontrar el equilibrio de la frescura propia del alma nómada y viajera del artista -siempre en desplazamiento: de Calonge al mundo-, con la sabiduría pictórica de la pintura contemporánea. En efecto, como nos comenta Anna Dot en su excelente ensayo que acompaña el catálogo, la pintura del Francesc anhela captar el misterio y lo extraño de las cosas del mundo, en una actitud que se corresponde con la mirada artística que ha construido gran parte de la pintura moderna occidental (del dadaísmo al surrealismo, del Nouveau Réalisme al neoexpresionismo alemán).
Y al mismo tiempo la de Francesc Ruiz es una pintura afirmativa, optimista, irónica, pero también irreverente e incluso iconoclasta en algunos casos. Tiene una base infantil y naif, pero su mirada inocente no es escéptica: tiene voluntad constructiva y de conocimiento. Es una pintura liberada, concebida en la libertad de la itinerancia, pero al mismo tiempo sólida, porque se levanta de una manera natural sobre una tradición que conoce y reivindica. Una pintura, en definitiva, en tránsito y en transición, capaz de sacudir conciencias, de nuevo, en el corazón de la pintura contemporánea occidental.